Un pasaje de la biografía Hugo Chavez, by Alberto Barrera Tyszka y Cristina Marcano.
A pesar de que las críticas internas no cesan, ya nadie lo duda: al culminar 2006, Hugo Chávez es considerado el líder más influyente de América Latina. Convertido en hombre noticia y rostro de portada, parece mentira que hace apenas diez años fuera tan sólo un flaco ex golpista, perdedor y desempleado, al que la prensa venezolana prestaba tan poca atención. A ocho años de haber conquistado el poder, aquel niño que jugaba béisbol en Barinas es finalmente lo que siempre quiso ser: una celebridad internacional.
Cuando Fidel Castro enfermó a mediados de 2006 y anunció su retiro momentáneo del poder hubo quienes comenzaron a especular sobre el rol que el líder venezolano podría jugar en Cuba. Muchos de sus seguidores han llegado a sostener incluso que Chávez será el sucesor político del revolucionario cubano en América Latina.
Un par de semanas después, el 13 de agosto de 2006, los rumores de la muerte de Castro se despejaron con un viaje del presidente venezolano a La Habana. «Ésta es la mejor de todas las visitas que he hecho en mi vida, ni siquiera cuando visitaba a mi primera novia», bromeó Chávez, luego de sostener una plática con Castro el día de su 80 cumpleaños, que fue transmitida en parte por Cubavisión.
Chávez se muestra orgulloso de su amistad con el político más famoso del siglo XX latinoamericano y suele dar partes optimistas sobre su salud. Aunque los observadores estiman que nunca será igual la empatía con Raúl Castro, descartan que la muerte de Fidel pueda llegar a alterar las estrechas relaciones entre Venezuela y La Habana.
Controversial y magnético para la prensa, Chávez ya se ha asegurado -- más allá del aura de Fidel Castro -- su propia proyección en el continente. Tras una sostenida campaña de promoción -- en la que el gobierno venezolano ha invertido millones de dólares en comunicaciones y miles de millas en viajes alrededor del mundo -- el presidente venezolano tiene una tribuna garantizada donde quiera que vaya y simpatizantes prestos a aplaudirlo y dejarse cautivar por su carisma. Polémico y solidario con las causas de los más pobres, ya sean bolivianos del Potosí o gringos del Bronx, hace mucho que Hugo Chávez dejó de ser visto como una curiosidad tropical.
El mandatario sabe explotar como nadie el desencanto de quienes se sienten, de una u otra manera, excluidos y se nutre constantemente de la controversia. Buena parte de su fama y del espacio que le dedica la prensa extranjera se debe a su postura antiimperialista y a su feroz antagonismo con quien se supone el hombre más poderoso del planeta. Chávez jamás sale de viaje sin llevar en mente alguna frase explosiva contra el presidente George W. Bush, a quien últimamente le ha dado par llamar Mister Danger (Señor Peligro).
Al venezolano le gusta medirse constantemente con el texano, a quien cada vez que tiene oportunidad califica de asesino y genocida. Bush es para Chávez una herramienta y una obsesión. El comandante acusa a la oposición de seguir dócilmente los libretos de la CIA y ha llegado al extremo de atribuir los desastres naturales y el cambio climático al mandatario estadounidense par no haber firmado el protocolo de Kyoto.
Pero no todo es retórica. A mediados de 2005, el gobierno decide aumentar las regalías que pagan las transnacionales petroleras que operan en Venezuela, de 1 % a 16 % (el incremento llegó a 30 % en 2006). Los analistas locales consideran justa la medida ya que cuando se fijó la regalía en 1 % el precio del crudo era de doce dólares par barril, mientras que para enero de 2006, ronda los sesenta dólares. Con las enormes ganancias que genera el negocio petrolero, las compañías afectadas no han puesto ningún reparo.
Chávez ha cuestionado a la administración norteamericana desde el mismo corazón del imperio. En septiembre de 2005, aprovechando su visita a Nueva York para participar en la Asamblea de las Naciones Unidas, el venezolano -- acompañado del reverendo Jesse Jackson y del diputado demócrata José Serrano -- se reúne con vecinos del Bronx y les anuncia que invertirá parte de las ganancias petroleras de Venezuela en programas de salud y ambientales.
El presidente hace su recorrido par el barrio neoyorkino al ritmo de la música latina de una banda local. Va repartiendo abrazos. Evoca al Che Guevara -- «el presente es de lucha, el futuro nos pertenece» -- y se detiene un momento para bailar y tocar las congas. Ha de sentirse pleno y magnánimo. «Vamos a salvar al mundo, no para nosotros que tenemos 51 años, sino para ti», le asegura el venezolano a una joven humilde, que -- dice -- le recuerda a sus hijas.
Poco después, el mandatario inicia a través de la empresa Citgo, propiedad de Venezuela, un programa humanitario para proveer 25 millones de galones de combustible para calefacción a los pobres del noreste de Estados Unidos. La medida apunta a beneficiar a unas 100 mil familias y -- en opinión de algunos analistas -- también va dirigida a abochornar a Bush en su propio patio. La idea partió de un grupo de senadores demócratas que enviaron cartas a las principales distribuidoras de combustible solicitándoles que vendieran fuel oil de calefacción con descuento a las comunidades más necesitadas. Citgo fue la única que acogió la iniciativa.
En 2005 la Casa Blanca -- a menudo desconcertada sobre cómo manejar el fenómeno Chávez -- decide tomar algunas acciones: el presidente Bush declara al mandatario «una amenaza para la estabilidad de la región», «descertifica» a Venezuela en la lucha contra el narcotráfico, y bloquea la venta de aviones brasileños y españoles -- que requieren de componentes estadounidenses para su fabricación -- a la Fuerza Armada venezolana. Aunque los picos de tensión entre ambas naciones son frecuentes, los gobernantes se han cuidado de no llegar a una ruptura. Cuando la cuerda parece a punto de reventar ambas partes aflojan. Dos episodios sucedidos en 2005 lo ilustran: Chávez amenazó con romper las relaciones si las autoridades judiciales estadounidenses no aprobaban la extradición del anticastrista Luis Posada Carriles, pero la solicitud venezolana fue rechazada sin que nada sucediera. A mediados de año, el presidente venezolano ordenó suspender el convenio con la DEA tras señalar que algunos de sus agentes estaban implicados en «infiltraciones de inteligencia que amenazan la seguridad y defensa del país», pero ya en enero de 2006 han hecho las paces y llegan a un nuevo acuerdo bilateral.
Un mes después las relaciones se crisparon cuando el gobierno venezolano expulsó al agregado naval de la embajada estadounidense en Caracas, John Correa, tras acusarlo de espionaje. En respuesta, Estados Unidos le pidió a la secretaria general de la embajada venezolana en Washington, Jenny Figueredo, que abandonara el país. Pero tal vez la actuación antiimperialista más recordada de Chávez no sea ésa sino la que tuvo lugar en la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2006. «Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a azufre», aseguró entonces el presidente venezolano refiriéndose a la presencia de Bush, a quien luego en Harlem calificaría de «alcohólico» y «acomplejado».
El estruendo de sus palabras causó gran malestar en Estados Unidos pero no perturbó los negocios. De acuerdo con un estimado divulgado un mes después por la embajada estadounidense en Caracas, la balanza comercial entre Venezuela y Estados Unidos llegará en 2006 a mas de 50 mil millones de dólares, lo que representa un crecimiento de 25 % con respecto al año anterior y la mayor cifra en los últimos años.
El gran volumen de negociaciones se centra en las exportaciones de petróleo y derivados al mercado estadounidense. «Por supuesto que las palabras tienen consecuencia y no se puede ignorar la retórica o las palabras, pero aceptamos que tenemos diferencias ideológicas o filosóficas. Esas diferencias no van a desaparecer, pero tenemos muchas coincidencias y una de ellas es la económica», dijo entonces el embajador William Brownfield. A comienzos del año siguiente, Chávez vuelve a reiterar la antigua amenaza de dejar de venderle petróleo a Estados Unidos y, en un programa con la periodista Barbara Walters, grabado en marzo de 2007, señala que si algo llegara a ocurrirle -- refiriéndose evidentemente a un atentado --, «el presidente de Estados Unidos debería ser considerado responsable».
La dinámica de las relaciones entre Chávez y Bush irradia al resto del continente. El líder venezolano ha tenido fuertes roces con aquellos gobernantes a quienes considera aliados de Washington (los mexicanos Vicente Fox y Felipe Calderón, los peruanos Alejandro Toledo y Alan García, el colombiano Álvaro Uribe, el costarricense Óscar Arias) y cultiva alianzas con los gobiernos de izquierda, que proliferan en América Latina, llegando a ser visto como una suerte de tutor del boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Aunque pudo haber resultado algo incómodo para algunos mandatarios al principio, Chávez ha ido conquistando cada vez más terreno y hoy pocos se resisten a las generosas ofertas de su «petrodiplomacia».